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lunes, 20 de mayo de 2019

La fábrica de fundición Averly (Zaragoza). Patrimonio perdido.

Averly fue el taller más grande de Aragón dedicado a la fundición industrial y artística de hierro y bronce, fundiendo muchos de los elementos de mobiliario urbano y artístico más representativos de Zaragoza y otras ciudades aragonesas.



Contexto histórico y evolución:
En 1853 el francés Antonio Averly y Françon constituyó –junto a Goybet, Montgolfier y los banqueros zaragozanos Villarroya y Castellano– la «Sociedad Maquinista Aragonesa» (S.M.A.), instalando en el zaragozano barrio de Torrero un moderno taller con el fin de dedicarse a la fundición y construcción de maquinaria.
Esta empresa prosperó en los años siguientes gracias al impulso financiero y bancario auspiciado por el Bienio Progresista y las inversiones exteriores. En 1861 fue reestructurada sobre una nueva base de capital. A partir de entonces, se trasladó la sede y se abrieron nuevos talleres propios. En 1880 se produjo el traslado definitivo a unas nuevas instalaciones situadas en Campo Sepulcro, en una ubicación estratégica junto a la estación de ferrocarril.
En 1886, en pleno surgimiento de las grandes empresas siderúrgicas vascas, Antonio Averly fundó en Bilbao la fábrica «Averly y Cía. Fundiciones y Construcción Mecánica del Nervión», próxima a los altos hornos y junto al ferrocarril de Portugalete. Este nuevo taller llegó a tener un mayor número de trabajadores que el original aragonés.
En 1900 la sede de Averly en Zaragoza ocupaba 10.000 m2, de los cuales aproximadamente 4.000 estaban edificados, ocupados por viviendas, oficinas, un taller de mecanización y montaje, calderería, carpintería y modelos, almacén, fundición y demás dependencias.
En 1903 Antonio Averly dejó la dirección de todos sus negocios en manos de sus hijos, por lo que la empresa pasó a llamarse «Hijos de Antonio Averly» hasta 1912, cuando uno de ellos, Fernando Averly, se convirtió en el único propietario y director y renombró a la empresa como «Hijo de Antonio Averly». En 1918 se convirtió en sociedad anónima, denominada «Averly S.A.», y pasó a ser dirigida por Faustino Bea.

Importancia histórica y patrimonial:
A comienzos del siglo XX, Averly tenía una capacidad de fundición de 4.000 kg. por hora y daba empleo a 140 operarios, fabricando todo tipo de maquinaria industrial, sanitaria y agrícola.
Facilitó la introducción y canalización de tecnología desde Europa, importando nuevos métodos, técnicas de trabajo y maquinaria. Contó siempre con el trabajo y la asistencia de ingenieros y técnicos extranjeros, fundamentalmente franceses, adquiriendo un marcado carácter de escuela de formación de trabajadores. Además, participó en la Exposición Hispano-Francesa celebrada en 1908 en Zaragoza y consiguió a lo largo de su trayectoria más de sesenta medallas en exposiciones nacionales y extranjeras.
En los talleres de Averly se fundieron destacadas piezas zaragozanas, como las farolas de las calles Alfonso –cuyos moldes conservaba– y Coso, la fuente de la Samaritana, el Monumento al Justicia de Aragón, etc.


Calle Alfonso (Zaragoza), cuyas farolas fundió Averly




Fuente de la plaza de la Catedral (Huesca) y detalle de la misma con la firma del autor

Además, no sólo constituía un importante ejemplo de patrimonio industrial, sino también documental, gracias a la amplitud de su biblioteca en la que se incluía, entre otros muchos volúmenes, una significativa colección de revistas técnicas y de su archivo.

Pérdida y actualidad:
En 2013, la constructora Brial compró la fábrica para construir bloques de pisos en el solar en el que se erigía, respetando únicamente lo que había sido declarado Bien de Interés Cultural, es decir, la vivienda y la entrada principal, que ocupaban apenas el 30% de la propiedad. Ante este hecho, y frente a la amenaza de demolición y pérdida del patrimonio que se cernía sobre Averly, se creó una plataforma ciudadana para salvar sus naves. No obstante, en 2014 las Cortes de Aragón desestimaron dos proposiciones que pedían catalogar la totalidad del conjunto.
Poco después, la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Zaragoza suspendió el derribo por un procedimiento administrativo y continuó la movilización de la ciudadanía para salvar Averly, aunque de manera insuficiente e infructuosa, ya que finalmente, en julio de 2016, Brial comenzó la demolición de las naves.


Actualmente, del antiguo esplendor de Averly sólo subsisten la vivienda familiar y la entrada principal, aunque en un evidente y vergonzoso estado de ruina.

Para conocer más patrimonio perdido:
http://recordandoarquitecturasperdidas.blogspot.com

Bibliografía:
Biel Ibáñez, Mª Pilar y Gerardo J. Cueto Alonso (Coord.), 100 elementos del patrimonio industrial en España [exposición], TICCIH España, Gijón, 2011.
Jiménez Zorzo, Francisco Javier, Arqueología industrial en Zaragoza: la fábrica de fundición Averly, Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1985.
Sancho Sora, Agustín, La fundición Averly (1880-1900): nuevos aportes a la industrialización en Zaragoza, Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1991.
Torres Liarte, Concepción, Averly: 1863-1900, Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1986.


Casos similares:
Teatro Bellas Artes
Un destino similar al de Averly parece aguardar al edificio del Teatro Bellas Artes de San Sebastián (Guipúzcoa), una joya de principios del siglo XIX abandonada por la empresa propietaria e injustamente declarada en ruina con el fin de derribar el inmueble para construir un hotel en el solar que ocupa. 
La pérdida del patrimonio continúa siendo un problema grave y real que nos afecta a todos. Por eso, aunque este caso concreto no se ubique en Aragón, su salvaguarda no deja de ser responsabilidad común.
Para firmar la petición que solicita la protección del Bellas Artes:  http://chng.it/FKgnS4zdzS

lunes, 18 de marzo de 2019

Palacio arzobispal (Zaragoza). El poder de la Iglesia a través del tiempo.


Contexto histórico:
Tras conquistar la ciudad a los musulmanes en 1118, el rey Alfonso I el Batallador nombró señor de Zaragoza a su amigo y compañero en batalla Gastón de Bearne. Posteriormente, ambos regalaron al obispo Pedro de Librana una zona de la muralla para que estableciera allí su casa, junto a la antigua mezquita aljama, donde se ubicó la nueva catedral.


Así, a partir de 1119 comenzó la construcción de una torre románica en la que residieron los primeros obispos de la nueva capital del reino y que fue el germen del Palacio Arzobispal. El barrio donde se ubicó, llamado del Salvador, fue el más notable de la ciudad, estableciéndose en él los nobles que habían liderado la conquista.
En 1318 el papa Juan XXII nombró a Pedro López de Luna primer arzobispo de Zaragoza y elevó la diócesis a Metropolitana, colocando bajo su control a los obispos de Huesca, Jaca, Tarazona, Pamplona, Calahorra y Albarracín, quienes manifestaron su fidelidad en el Salón principal de la Casa del Arzobispo.

Evolución del Palacio Arzobispal:
En 1350 comenzó la remodelación y ampliación del palacio románico construido en torno a la torre de la muralla. Esta obra fue dirigida por el maestro zaragozano Abdelaziz de Terrer, aunque el resultado de su intervención fue destruido por un incendio en 1372.
Techumbre del palacio mudéjar
Comenzó a levantarse entonces el palacio mudéjar, construcción dirigida por el maestro Mahoma Calahorri e impulsada por el arzobispo de Zaragoza y canciller de Pedro IV, Lope Fernández de Luna, y por el infante heredero Juan, el futuro Juan I de Aragón, quien residía en las Casas del Arzobispo. El monarca apoyó al arzobispo y a su hijo en la reconstrucción de este palacio y en la mejora de sus estancias, enriqueciéndolas con azulejos, ventanas de yeserías y artesonados. Así, la torre primitiva quedó totalmente integrada en el nuevo palacio mudéjar.
La ampliación y enriquecimiento de este edificio, auspiciados por la corte, continuaron hasta el episcopado de Dalmau de Mur, a mediados del siglo XV. En 1445, coincidiendo con unas obras en el Palacio de la Diputación del Reino de Aragón –pegado a las Casas del Arzobispo–, se definió la Plaza de la Diputación como acceso al espacio episcopal y se consolidó la ampliación del palacio mudéjar hacia el norte, gracias al mecenazgo de este arzobispo que, además, contrató para esta reforma a los mejores escultores y pintores de la Corona de Aragón.


Decoración de estilo gótico flamígero de la antigua capilla

En 1481, por motivos de seguridad, el arzobispo Alonso de Aragón –hijo ilegítimo de Fernando el Católico y canciller de Aragón–, a instancias de Isabel de Castilla, encargó la construcción de una galería para comunicar el Palacio de la Diputación con las Casas del Arzobispo, donde residía la reina.
Arco del Arzobispo en la década de 1920 (AHPZ).
Fue derruido en 1969.

En 1520 el arzobispo Juan II –hijo de su antecesor, Alonso de Aragón– comenzó la remodelación del palacio gótico del arzobispo Dalmau de Mur. Esta obra fue culminada por su hermano, el también arzobispo Hernando de Aragón.
Además, Hernando impulsó la edificación de un nuevo palacio renacentista ampliando y unificando las construcciones de sus antecesores, acercándose hasta la catedral y comunicándola con el llamado «Arco del Arzobispo» o «Arco de la Seo». Al mismo tiempo, construyó una nueva capilla en la planta baja del edificio y una antesala y Salón del Trono en la superior, y dotó al palacio de una nueva fachada al Ebro, pintada por los artistas que acompañaban a los reyes en sus estancias en este palacio.

En 1584 se celebró en Zaragoza el matrimonio de la infanta Catalina Micaela de Austria –hija de Felipe II– con el duque de Saboya. En este momento, el monarca ordenó reformar el Arco de la Seo para poder acceder a la catedral directamente desde el Palacio Arzobispal, y el arzobispo Andrés Santos adecentó el jardín del palacio y construyó una vistosa sala con una galería de arcos profusamente decorada que abría a la Plaza de la Seo.
A comienzos del siglo XVII se había construido una nueva capilla en el palacio, situada en la parte sur, cerca de la Plaza de la Diputación. La zona norte, donde se situaban las caballerizas, la cocina y la despensa, se estableció como espacio de servidumbre y protocolo, consolidándose la sur como residencia arzobispal.
En el siglo XVIII la ciudad sufrió una grave crisis económica, por lo que, en 1781, el arzobispo Bernardino Velarde decidió impulsar nuevas obras en el palacio para promover el empleo y combatir, así, la pobreza que vivían jornaleros y artesanos. Aunque su muerte al año siguiente le impidió desarrollar tales proyectos, estos fueron completados por su sucesor, Agustín de Lezo y Palomeque, y encargados a los maestros de obras de la ciudad y de las catedrales. En este momento se construyó la escalera principal del palacio y se convirtieron las dos plazas abiertas en dos patios interiores incorporándolas al espacio eclesiástico y cerrándolas con una gran fachada de estilo neoclásico que unificó la vista del palacio desde la Plaza de la Seo.
 En 1809 los ejércitos napoleónicos bombardearon el Palacio Arzobispal produciendo importantes destrozos en sus tejados, en la escalera principal y en su fachada norte, por lo que el edificio hubo de ser restaurado entre 1811 y 1812. Además, durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), el  aledaño Palacio de la Diputación fue reducido a escombros.
En 1824 el arzobispo Bernardo Francés inició la construcción del Seminario Conciliar en el solar que antes de los Sitios ocupaba el palacio de la Diputación del Reino. Esta construcción permitió regularizar y ampliar el patio interior, ordenando las estancias que abrían a ese espacio.
En 1845, por razones de estrategia militar a las puertas de la II Guerra Carlista, tropas militares y de la Guardia Civil se establecieron en el Palacio. Esta ocupación deterioró el edificio, por lo que, en 1847, Isabel II ordenó evacuarlo y restaurarlo. En 1881 el arzobispo Francisco de Paula Benavides y Navarrete consideró necesario completar esta restauración e iniciar un nuevo proceso de embellecimiento.
En 1907 el arzobispo Juan de Soldevilla y Romero decidió redecorar el Salón del Trono creando una estructura colorista de carácter neo-renacentista, con un zócalo de columnillas adosadas y paños decorativos, sobre los que se sitúan los retratos de los arzobispos zaragozanos.
 
Salón del Trono en la actualidad. Mantiene la decoración del siglo XX.

Palacio real:
Desde su construcción, el Palacio Arzobispal fue habitado por monarcas aragoneses y numerosos miembros de la familia real durante sus estancias en Zaragoza, por ocupar un lugar privilegiado dentro de la ciudad. Allí nacieron infantes y murieron princesas por complicaciones durante el parto, como Catalina, esposa de Enrique de Trastámara, en 1439.
También organizaron importantes recepciones, como en 1381, cuando la reina Sibila de Fortiá –cuarta esposa de Pedro IV– celebró su coronación, con participación de músicos y cómicos italianos. Además, en él se hospedaron reyes como Carlos III de Navarra (1406) y papas como Benedicto XIII (1410) y Adriano VI (1522).
En el Palacio Arzobispal residieron igualmente los Reyes Católicos durante importantes espacios de tiempo y, durante su infancia, Felipe II junto a su madre, la emperatriz Isabel de Portugal. De hecho, fue sede habitual de la corte de los Austrias, dinastía que llevó a cabo grandes celebraciones en este lugar, como la comida de novecientos comensales con la que se obsequió al futuro monarca Felipe II en 1547.
Posteriormente, en el Palacio Arzobispal se alojaron varios miembros de la dinastía Borbón, así como el papa Juan Pablo II durante sus visitas a España en 1982 y 1984.

Museo Diocesano Alma Mater:
En 1992 se acometió la consolidación de la torreta de don Hernando y de la escalera imperial y la restauración de la decoración de los salones del Trono, con el objetivo de ubicar en el Palacio Arzobispal la exposición “El Espejo de Nuestra Historia”.
Sala de exposición del Alma Mater Museum
En 2007 se restauró la zona norte del palacio bajo la dirección de los arquitectos Sonsoles y Javier Borobio Sanchíz.
En 2010, según el proyecto museográfico de Domingo Buesa, se ubicó el Museo Diocesano en la parte de las antiguas Casas del Arzobispo coincidente con los palacios románico, mudéjar y renacentista, bendecido por Monseñor Manuel Monteiro e inaugurado por la Infanta Cristina en 2011.


Para saber más sobre el Museo Diocesano Alma Mater de Zaragoza: http://www.almamatermuseum.com/

Fuente de la información:
Alma Mater Museum, Plaza de la Seo, 5, 50001, Zaragoza.

miércoles, 27 de febrero de 2019

Castillo (Valderrobres, Teruel). Un escenario histórico para la vida cultural de la región.

Contexto histórico:
Hay evidencias históricas que demuestran la existencia de un castillo musulmán sobre el emplazamiento del castillo actual. Posteriormente, en 1169, la villa de Valderrobres fue conquistada por Alfonso II y existe la hipótesis de que este monarca ordenara la edificación de una fortaleza militar de carácter puramente defensivo en aquel momento.
En 1175, el rey concedió la villa al obispado de Zaragoza, ostentado entonces por Pedro de Torroja, quien, pocos días después, subinfeudó el castillo a Fortún Robert, a condición de que repoblara la zona con cristianos. Al morir en 1307 sin hijos su descendiente Pedro de Oteyza, casado con una hija natural de Pedro III, el castillo fue recuperado por la Corona, pero Jaime II –hijo y sucesor de Pedro III– renunció a sus derechos sobre él y lo devolvió al cabildo zaragozano en 1346, tras cobrar una importante suma de dinero y haberse producido un litigio entre el rey y el obispo. Así, Valderrobres fue durante siglos señorío de la Mitra zaragozana.


Planta del castillo: 
(Guía interpretativa de la iglesia y del castillo de Valderrobres, p. 90)
(Guía interpretativa de la iglesia y del castillo de Valderrobres, p. 100)
(Guía interpretativa de la iglesia y del castillo de Valderrobres, p. 111)

Construcción:
En la parte alta de Valderrobres se eleva uno de los mejores conjuntos del gótico en Aragón: el castillo-palacio y la contigua iglesia-colegiata de Santa María. La fábrica actual corresponde a la segunda mitad del siglo XIV y a la primera del XV.
Aunque sufrió diversas transformaciones a lo largo de la historia, el castillo fue edificado casi en su totalidad por los arzobispos de Zaragoza García Fernández de Heredia (1382-1411) y Dalmau de Mur (1431-1456), ambos pertenecientes a familias aristocráticas. En diferentes estancias pueden observarse los escudos de estos dos obispos en memoria de las obras que impulsaron.
  El castillo posee grandes dimensiones y planta hexagonal irregular, con dos suntuosas fachadas palaciegas. Sus paramentos son de sillería, a base de bloques de piedra bien escuadrados y alineados, abiertos por numerosos vanos –con grandes ventanas apuntadas, adornadas por tracerías– y con la galería corrida de arcos semicirculares típicamente aragonesa, sobre la cual se alzan tres torrecillas angulares y almenadas más ornamentales que defensivas.
Ante la fachada principal se asentó una terraza consolidada sobre un muro, buscando la simbiosis con el terreno, para separar la mansión del caserío y de donde arrancan las murallas de la villa.
Uno de los salones
El castillo se distribuye en diversas salas alrededor de un patio de armas descubierto. Destacan los salones de las crujías oeste y sur, en dos plantas, especialmente el de las Cortes o de las Chimeneas –llamado así por celebrarse en él Cortes en 1429 y por alojar tres chimeneas que todavía se conservan–, un grandioso salón con arcos agudos de piedra transversales y sin techumbre. El resto de salones se cubrían con techumbres de madera apoyadas sobre arcos apuntados transversales.
Cubierta de la antigua cocina

 Hacia 1545 el arzobispo de Zaragoza Hernando de Aragón realizó algunas obras en este castillo, entre las que destaca la cocina, de planta cuadrada y cubierta por una bóveda de ocho cascos construida en ladrillo refractario y con trompas en cada uno de sus ángulos.




Abandono y rehabilitación:
Se cree que el arzobispo de Zaragoza y virrey de Aragón Juan Cebrián (1644-1662) fue el último que habitó este castillo, puesto que no hay datos posteriores que atestigüen la residencia en él, aunque se desconoce en qué momento exacto se abandonó definitivamente y por qué motivo.
En todo caso, sufrió desde entonces un proceso de degradación, con el hundimiento de casi todos sus techos y la acumulación de vegetación entre las ruinas. Además, muchas de sus piedras fueron expoliadas y empleadas para la construcción de otras edificaciones en el pueblo y sus alrededores. Tras la desamortización de Mendizábal (1836) el arzobispado de Zaragoza perdió su jurisdicción sobre este castillo y las tierras que había controlado desde él.
El castillo volvió a ser fortificado y utilizado por el general Cabrera durante la I Guerra Carlista (1833-1840), pero, al no intervenir directamente en los combates, no sufrió grandes desperfectos.
En 1971 se inició una primera restauración, con la siega de la hierba que lo inundaba y la reconstrucción de unos veinte metros cuadrados de muro del patín superior, pero esta restauración hubo de ser paralizada porque se agotó el presupuesto concedido por el Ministerio de la Vivienda para tal fin, por lo que el castillo continuó presentando un aspecto ruinoso. Entre 1980 y 1983 se llevó a cabo la restauración de las zonas nobles, que terminó en una segunda fase en 1991, otorgándole al castillo su aspecto actual.

Actualidad:
En 1931, el castillo de Valderrobres fue declarado Monumento Nacional. Hoy en día, es empleado como espacio para la cultura, celebrándose en él diversas actividades: exposiciones, congresos, conciertos, etc.  
Además, Valderrobres es considerado uno de «Los pueblos más bonitos de España» desde 2013.

Para saber más sobre esta distinción: https://www.lospueblosmasbonitosdeespana.org/

Tres carteles anunciadores de diversas actividades culturales celebradas en el castillo de Valderrobres en los últimos años

   Para saber más sobre el castillo de Valderrobres y su entorno: 
http://www.valderrobres.es/turismo/patrimonio-urbanistico/castillo-palacio/

Para visitar el castillo de Valderrobres: http://www.castillodevalderrobres.com/

Para conocer el nuevo proyecto de restauración del castillo: 
https://www.lacomarca.net/castillo-valderrobres-estara-restaurado-finales-2021/

Bibliografía:
Cabañas Boyano, Aurelio, Aragón: una tierra de castillos, Prensa Diaria Aragonesa, Zaragoza, 1999.
Guitart Aparicio, Cristóbal, Los castillos de Aragón, Caja de Ahorros de la Inmaculada, Zaragoza, 1999.
–, Los castillos turolenses, Instituto de Estudios Turolenses, Teruel, 1987.
Sebastián López, Santiago, et al., Inventario artístico de Teruel y su provincia, Servicio de publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 1974.
Siurana Roglán, Manuel, Guía interpretativa de la iglesia y el castillo de Valderrobres, Centro de Estudios Bajoaragoneses, Alcañiz, 2003.

martes, 19 de febrero de 2019

Monasterio de Veruela (Vera de Moncayo, Zaragoza). Renovarse o morir.



Santa María de Veruela fue el primer monasterio cisterciense fundado en la Corona de Aragón, en 1146. Su iglesia y dependencias, rehabilitadas, pueden visitarse todavía hoy.


Planta: 
(Los monasterios de Aragón, pp. 118-119)

Origen. Edad Media:
Según la leyenda, el señor de Borja, Pedro de Atarés, salió un día de caza y fue sorprendido por una fuerte tormenta, ante la cual se encomendó a la Virgen María, quien se le apareció para consolarle e indicarle el camino de regreso, a la vez que le animaba a fundar en aquellos parajes un lugar de culto en su nombre que se convirtiera en centro espiritual de la comarca y en refugio de caminantes. Así, a iniciativa de Pedro de Atarés, llegaron monjes franceses para establecer la primera comunidad en el nuevo monasterio, que obtuvo, efectivamente, una enorme relevancia repobladora y cultural.
La formación del patrimonio territorial de Veruela se debió, especialmente, a Alfonso II (1164-1196) y Jaime I (1213-1276), aunque este no dejó de crecer hasta el siglo XV, si bien lo hizo mucho más despacio. Gracias a los habitantes de su señorío, de unos 154 km2, los monjes verolenses perfeccionaron el sistema de riego, dedicando especial atención en este sentido a las granjas.


Evolución:
Edad Moderna
Entre 1472 y 1617 los abades de Veruela fueron comandatarios, es decir, estos no sólo no pertenecían a la orden cisterciense ni a ninguna otra, sino que eran incluso laicos sin profesión religiosa, en general personas de confianza de los monarcas y, en muchas ocasiones, pertenecientes a la propia familia real, como Juan de Aragón –hijo bastardo de Juan II– y Hernando de Aragón –nieto bastardo de Fernando el Católico–. La pertenencia del abad de Veruela a las Cortes de Aragón y el hecho de que poseyera un señorío tan importante justificaban la intromisión de la Corona en estos asuntos. Por otra parte, esto dejó una importante huella arquitectónica, ya que permitió conseguir la financiación necesaria para mejorar y ampliar las dependencias monacales.
Durante el siglo XV, el monasterio de Veruela recibió el privilegio de usar las insignias pontificales –la mitra y el anillo–, igualándose así al obispo de su diócesis. La inclusión de nuevas pinturas, esculturas, retablos, vidrieras de colores y decoración en general fue habitual a partir de entonces, pero el monasterio acabó así endeudándose y hubo de recurrir a la venta, arrendamiento o empeño de parte de sus posesiones para mantenerse.
Hernando de Aragón con hábito cisterciense
A comienzos del siglo XVI, Hernando de Aragón inició el siglo de oro del monasterio, siendo continuada su ingente empresa de renovación por fray Lope Marco (1539-1560). A ellos se deben, entre otras obras, la cerca, la decoración en yeso de la bóveda del dormitorio, la crucería estrellada del refectorio, la biblioteca, tres de las galerías del sobreclaustro, la capilla de San Bernardo y la sustitución del retablo mayor.
En 1662 comenzaron las obras del Monasterio Nuevo, en las que se levantó un claustro de dos plantas con sastrería, chimenea y dieciséis celdas iguales. No obstante, cuando las obras se encontraban ya muy avanzadas, el monasterio sufrió un incendio, tras lo cual se edificaron quince nuevas celdas y dos scriptoria, además de proyectarse un acceso directo desde el locutorio del monasterio medieval, tras el cual se abriría una monumental escalera como espacio de tránsito cuya cúpula seguía ya el nuevo movimiento artístico del momento, es decir, el barroco.
Durante la Guerra de Sucesión (1701-1713) los monjes abandonaron el monasterio y se refugiaron en Borja.

Edad Contemporánea
Durante la invasión francesa (1808-1814), el gobierno de José I suprimió el monasterio. Fernando VII decretó el regreso de los religiosos, pero en 1820 disolvió las órdenes monacales. En ese momento, se les concedió a los monjes un mes para marcharse, durante el cual inventariaron el archivo y todos los bienes muebles, bibliográficos y artísticos, abandonando posteriormente el monasterio.
No obstante, los monjes regresaron de nuevo, aunque con grandes problemas internos, ya que unos apoyaban abiertamente al bando carlista y otros al isabelino.
La Desamortización de Mendizábal (1835) puso fin al señorío verolense y provocó que el archivo, varios miles de volúmenes de la biblioteca y el retablo mayor fueran expoliados. En 1844, el patrimonio superviviente salió a subasta pública dividido en seis lotes.
En este momento, el trabajo de recogida de documentación fue encargado a la Comisión de Arbitrios y Amortización de la provincia de Zaragoza, que delegó esta tarea en unas comisiones subalternas de Borja y Tarazona, lo que provocó que personas sin la cualificación necesaria se hicieran cargo del vasto patrimonio verolense, disperso y  desaparecido en muchos casos.
El desmantelamiento y destrucción fueron tales que incluso el edificio estuvo a punto de ser demolido, y así habría ocurrido de no ser porque la Comisión Central de Monumentos Artísticos reclamó la sexta parte que le correspondía en la subasta y la encomendó a la Junta de Conservación, creada desde Borja y Tarazona y presidida por el canónigo José de Purroy y Castillón. De esta Junta surgió la idea de ubicar una hospedería en las dependencias del monasterio nuevo destinada al veraneo de familias adineradas. Así, se instalaron dieciocho plazas repartidas en ocho habitaciones, además de las cocinas. En 1861 se publicó el folleto «El monasterio de Veruela. Sitio de verano», que demostraba el éxito de esta hospedería, muy frecuentada por viajeros y escritores románticos entre los que destacan los hermanos Bécquer.  
Recuerdo de la estancia de G. A. Bécquer en el monasterio
Para saber más sobre la estancia de los hermanos Bécquer en el Monasterio de Veruela:
Por otra parte, los duques de Villahermosa, vinculados históricamente al monasterio de Veruela, reclamaron durante la Desamortización los bienes que consideraron propios e intervinieron en las decisiones políticas que condujeron a la recuperación del culto en la iglesia y a la instalación de la Compañía de Jesús en el cenobio.
Efectivamente, en 1877, durante la Restauración borbónica (1875-1886), los jesuitas regresaron a España –de donde se habían exiliado tras la Revolución Gloriosa de 1868- y el gobierno les entregó la tutela del monasterio, en calidad de usufructuarios de la sexta parte salvada, con el fin de recuperar sus funciones religiosas y conventuales y con la única condición de conservar el patrimonio y respetar los derechos de patronato de los duques de Villahermosa. A partir de entonces, la primera y principal tarea de la Compañía de Jesús fue reestructurar y restaurar el cenobio.
En 1919, el Estado declaró la iglesia, el claustro y la sala capitular Monumento Nacional. En 1928 la Compañía amplió su dominio y el monasterio recuperó su antigua unidad gracias a que el Estado declaró todo el conjunto Monumento Nacional, expropió las tierras a sus propietarios y cedió la totalidad en usufructo a los jesuitas.
En 1932 se disolvió la Compañía, por lo que los monjes abandonaron de nuevo Veruela tras el inventariado de sus bienes. Por concesión de la II República, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza instaló en él un sanatorio que durante la Guerra Civil actuó como hospital de sangre. En 1939, antes de que finalizara la guerra, Franco decretó que la Compañía recuperara el monasterio en las mismas condiciones en las que lo poseía antes. En esta época hubo de ampliar las dependencias monacales, para lo que se elevó un piso el claustro del monasterio nuevo.
Finalmente, la Compañía devolvió el cenobio al Estado, renunció al usufructo y vendió todos los terrenos aledaños que había ido comprando. El padre general, Pedro Arrupe, ordenó el cierre del monasterio en 1972 y la Dirección General de Bellas Artes del Estado lo cedió en usufructo a la Diputación Provincial de Zaragoza durante treinta años. En 1998, el Ministerio de Economía y Hacienda lo cedió definitivamente a la Diputación.

Actualidad
En los últimos años, los dos ámbitos fundamentales de la actuación llevada a cabo por la Diputación se han centrado, por un lado, en las obras de restauración, rehabilitación y acondicionamiento del monasterio y su entorno, y, por otro, en la promoción de numerosas actividades culturales para dotarlo de una nueva vida.
De esta manera, el monasterio de Veruela ha albergado durante los últimos treinta años numerosas exposiciones temporales y ha fomentado publicaciones de libros, además de acoger el Curso Internacional de Composición Musical, el Festival Internacional de Música «Veruela Música Viva» y los festivales internacionales de Poesía del Moncayo, así como el Museo del Vino de la denominación de origen del Campo de Borja desde 1994.
Para saber más sobre el Museo del Vino: https://www.youtube.com/watch?v=R43nIuUNPsM
Por otra parte, desde hace años el monasterio está siendo rehabilitado con la finalidad de establecer en él un Parador Nacional, aunque la fecha de su inauguración ha sido retrasada en numerosas ocasiones.


Para saber más sobre el Monasterio de Veruela: https://www.youtube.com/watch?v=IrTtvKL3eZA
Para visitar el Monasterio de Veruela: https://monasteriodeveruela.blogspot.com/

Para conocer el Monasterio de Veruela como lugar literario:
Para conocer el Monasterio de Veruela como lugar cinematográfico:
Bibliografía:
Criado Mainar, Jesús, Monasterio de Veruela: guía histórica, Diputación de Zaragoza, Zaragoza, 1993.
López Landa, José María, Estudio arquitectónico del Real Monasterio de Santa María de Veruela, La Cadiera, Zaragoza, 2015.
Soria de Isarri, Isabel (coord.), Veruela, testigo de siglos, Diputación de Zaragoza, Zaragoza, 2012.
Ubieto Arteta, Agustín, Los monasterios de Aragón, Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón, Zaragoza, 1999.