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Fachada del palacio de la Aljafería
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Contexto histórico:
Durante los últimos años del Califato omeya de Córdoba se sucedieron
las entronizaciones y derrocamientos violentos de califas, provocados por conjuras
y motines, hasta que en 1031 fue depuesto el último de ellos, provocando el
final formal del Califato. No obstante, ya se habían producido varios intentos
independentistas, algunos de ellos fructíferos, como el de Albarracín (1010) o
el de Zaragoza (1018), donde las aristocracias locales se proclamaron soberanas
del territorio que controlaban.
Nacieron así las primeras taifas, periodo convulso en el que cada
monarca competía con los demás por obtener un mayor poder y controlar una mayor
extensión territorial. Además, debido a su origen, estos monarcas adolecían de
una cierta ilegitimidad que trataban de subsanar de diversas y numerosas
maneras.
Experto en esta legitimación del poder fue Abú Yafar Ahmad I ibn
Sulaymán (1046/7 – 1081/2 d.C.), también conocido como al-Muqtadir, sexto
monarca de la taifa zaragozana y segundo de la dinastía Banu Hud.
Al-Muqtadir condujo a la taifa a su máximo desarrollo territorial
gracias a su gran talento político y militar. Además, se rodeó de una corte de
intelectuales –tanto musulmanes como judíos–, siendo él mismo filósofo, poeta,
matemático, astrónomo y mecenas de las artes y de las ciencias, y continuando
la labor de sus antecesores para colocar a Zaragoza entre las Cortes más
brillantes del siglo XI.
Construcción de la
Aljafería:
Aunque se acepta que fue al-Muqtadir el promotor de esta obra, parece
admitirse igualmente la existencia de un conjunto anterior construido en el
espacio que ocupa. De hecho, el recinto amurallado carece de regularidad en su
trazado, probablemente por su adaptación a estas estructuras preexistentes que
responderían, según José Luis Corral, a un campamento fortificado construido
por Abdarrahmán III para sitiar Zaragoza en el siglo X.
Al levantar su palacio, al-Muqtadir pretendió en última instancia
erigir un monumento dinástico que legitimara su posición en el trono emulando a
los califas cordobeses –de igual manera que estos habían emulado a los califas
omeyas de Oriente–, quienes, además, habían encontrado en la construcción de
nuevas residencias palatinas uno de los instrumentos más eficaces de su
propaganda política.
Al-Muqtadir bautizó su residencia como Qasr al-Surur (Palacio de la alegría). No obstante, esta acabó por
adoptar el nombre de su promotor, conociéndose entonces como al-Yafariyya, de donde deriva su
denominación actual.
Conjunto arquitectónico:
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Vista aérea del palacio de la Aljafería (Canal Saturno,
Aragón TV)
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La Aljafería responde a la costumbre de las monarquías orientales de
asentar el palacio y el acuartelamiento de las tropas fuera del núcleo urbano,
levantándose sobre un altiplano desde el que se podía controlar prácticamente
toda la ciudad, pero desde donde también se podía ser visto por los ciudadanos.
La austeridad ornamental del recinto amurallado respondía a su función
militar, como muestra la gran Torre del Homenaje –también llamada actualmente
del Trovador–, lo que chocaba con la rica decoración del interior, destinado a
las recepciones de gran aparato.
La puerta principal, en recodo, abría al actual patio de San Martín,
desde el que se accedía a través de una triple puerta al gran patio de Santa
Isabel, punto central y articulador del conjunto palacial.
Esta complejidad en los accesos tenía una doble función: por un lado,
dificultar la toma violenta del palacio, y, por otro, confundir e impresionar
al visitante haciéndolo cruzar por multitud de puertas y pasar constantemente
de la luz a la oscuridad y viceversa.
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Patio de Santa Isabel, visto desde el testero norte
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Patio de Santa Isabel, desde el testero sur
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Para destacar la localización del Salón del trono o Salón Dorado –en
el testero norte–, de dimensiones y organización prácticamente iguales a las
del lado opuesto, se dotó a esta zona de dos plantas y se construyó un pórtico
abierto con dos alas que destacaban hacia el patio de Santa Isabel, provocando
una asimetría volumétrica que otorgaba una mayor impresión de profundidad,
además de crear un deambulatorio en forma de “U” que protegía y aislaba al
soberano reforzando su magnificencia. Este deambulatorio, además, creaba un eje
direccional desde el testero sur que conducía la vista hacia el Salón del
trono.
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Arquerías de acceso al Salón del Trono de al-Muqtadir |
También se recurrió a otros recursos ópticos para dar la impresión de
que las dimensiones del palacio eran mucho mayores que las reales. Por ejemplo,
precedía al Salón Dorado una aparatosa escenografía en la que, en muy poco
espacio, se sucedían distintos volúmenes con diversas alturas, constituyendo
pantallas de arquerías que confundían al espectador, de nuevo, mediante
contrastados juegos de luces y sombras. Además, se obtenían efectos móviles de
claroscuro al reflejar el líquido de la alberca –orientada hacia el sur– la luz
tamizada por celosías y arquerías sobre mármoles y atauriques de oro.
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Arquerías de acceso al Salón del Trono de al-Muqtadir
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Por otra parte, Al-Muqtadir pretendía mostrarse como dueño del
universo, práctica habitual entre los soberanos de distintas épocas y lugares,
de manera que su Salón del trono era una evocación del cosmos mediante la
representación del firmamento en su techumbre y paredes, y la inscripción de
diversas suras que aludían a la
composición del universo y al orden celestial.
El protocolo oriental exigía que el califa apareciera oculto por una
cortina o velo, de manera que, del mismo modo que la voz de Dios puede ser
escuchada pero nadie puede llegar a verlo en vida, los califas podían ser
oídos, pero no vistos, explotando así la idea de que el poder y el respeto a un
soberano aumentaban cuanto más alejado se hallaba de sus súbditos. Por esta
razón, al-Muqtadir se mostraba semioculto por velos y por las propias arquerías
por las que se accedía al Salón Dorado, en el que destacaban el brillo y la
magnificencia.
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Arquerías del testero sur |
En definitiva, el palacio de al-Muqtadir, donde se hizo del lujo una
forma de vida, «era tan espléndido que los poetas del siglo XI lo cantaron,
alabando las alfombras de seda que lo tapizaban, las lámparas que lo
iluminaban, los cojines rojos y blancos y las cortinas de brocados de oro que
lo adornaban».
En cuanto a los materiales empleados en la construcción y decoración
del palacio, así como su calidad, el arquitecto Francisco Íñiguez, a quien se
le encargó la restauración de la Aljafería entre 1947 y 1982, observó que:
«fue construido en hormigón de yeso para los cimientos y encofrado en
las zonas altas de la torre del Homenaje; alabastro, en los zócalos de los
pórticos y mezquita, capiteles y basas de columna; mármol de Carrara, en los
pavimentos en general, incluidos los paseos del jardín, en el patio; por fin el
yeso tallado, para toda la decoración geométrica o de atauriques, animados por
algún animal, finísimos y de muy varia y rica policromía, siempre a base de
fondos rojos y azules, decoraciones variadísimas en el intradós de los arcos y
detalles menudos, hasta culminar en los paños lisos situados en lo alto de la
mezquita, pintados a la manera de los tapices persas. Los atauriques iban todos
en oro».
Todo ello ejemplifica el esplendor de Zaragoza durante este periodo
del Islam andalusí.
Época cristiana:
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Sala del palacio de Pedro IV |
En 1118 Alfonso I conquistó Zaragoza, siendo la
Aljafería ocupada desde entonces por los sucesivos monarcas aragoneses y sufriendo
numerosas reformas, entre las que destacan las construcciones de la iglesia de
San Martín, del palacio mudéjar de Pedro IV (1336-1387) y del palacio de los
Reyes Católicos, de finales del siglo XV. Además, Fernando el Católico la
convirtió en prisión de la Inquisición de Aragón a raíz del asesinato del
inquisidor del reino, Pedro Arbués, en 1485.
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Escalera del palacio de los Reyes Católicos
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Techumbre del Salón del Trono
de los Reyes Católicos
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Celda de la prisión de la Inquisición
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En 1593, debido a las Alteraciones de Aragón de 1591,
Felipe II ordenó fortificar la Aljafería como imagen de su autoridad e
intentando frenar futuras revueltas de la población. Desde entonces, sufrió
profundas intervenciones para su adaptación como acuartelamiento militar, de
las que se conservan algunos restos, como dos de los torreones neogóticos de
época de Isabel II (1833-1868).
En 1931 la Aljafería fue declarada Monumento
Nacional de Interés Histórico-Artístico y, desde 1947, se realizaron diversas
intervenciones arqueológicas y de restauración, hasta llegar al edificio
visible hoy día. Además, en 1985 se instalaron en una parte del recinto las
actuales Cortes de Aragón. En 2001 la UNESCO declaró patrimonio mundial la arquitectura
mudéjar aragonesa, siendo la Aljafería parte representativa de este arte.
Bibliografía:
Cabañero, Bernabé y Lasa, Carmelo, El salón dorado de la Aljafería: ensayo de reconstitución formal e interpretación
simbólica, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, Zaragoza,
2004.
Corral Lafuente, José Luis, Historia de Zaragoza. Vol. 5, Zaragoza musulmana
(714-1118), Caja de
Ahorros de la Inmaculada de Aragón, Zaragoza, 1998.
Expósito Sebastián, Manuel, et al., La Aljafería
de Zaragoza: guía histórico-artística y literaria, Cortes de Aragón,
Zaragoza, 1999.
Sobradiel, Pedro I., La arquitectura de la Aljafería: estudio
histórico documental, Diputación General de Aragón: Departamento de Educación
y Cultura, Zaragoza, 1998.