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martes, 18 de diciembre de 2018

El palacio de la Aljafería (Zaragoza). La simbología del poder.


Fachada del palacio de la Aljafería
  Contexto histórico:
Durante los últimos años del Califato omeya de Córdoba se sucedieron las entronizaciones y derrocamientos violentos de califas, provocados por conjuras y motines, hasta que en 1031 fue depuesto el último de ellos, provocando el final formal del Califato. No obstante, ya se habían producido varios intentos independentistas, algunos de ellos fructíferos, como el de Albarracín (1010) o el de Zaragoza (1018), donde las aristocracias locales se proclamaron soberanas del territorio que controlaban.
Nacieron así las primeras taifas, periodo convulso en el que cada monarca competía con los demás por obtener un mayor poder y controlar una mayor extensión territorial. Además, debido a su origen, estos monarcas adolecían de una cierta ilegitimidad que trataban de subsanar de diversas y numerosas maneras.
Experto en esta legitimación del poder fue Abú Yafar Ahmad I ibn Sulaymán (1046/7 – 1081/2 d.C.), también conocido como al-Muqtadir, sexto monarca de la taifa zaragozana y segundo de la dinastía Banu Hud.
Al-Muqtadir condujo a la taifa a su máximo desarrollo territorial gracias a su gran talento político y militar. Además, se rodeó de una corte de intelectuales –tanto musulmanes como judíos–, siendo él mismo filósofo, poeta, matemático, astrónomo y mecenas de las artes y de las ciencias, y continuando la labor de sus antecesores para colocar a Zaragoza entre las Cortes más brillantes del siglo XI.

Construcción de la Aljafería:
Aunque se acepta que fue al-Muqtadir el promotor de esta obra, parece admitirse igualmente la existencia de un conjunto anterior construido en el espacio que ocupa. De hecho, el recinto amurallado carece de regularidad en su trazado, probablemente por su adaptación a estas estructuras preexistentes que responderían, según José Luis Corral, a un campamento fortificado construido por Abdarrahmán III para sitiar Zaragoza en el siglo X[1].
Al levantar su palacio, al-Muqtadir pretendió en última instancia erigir un monumento dinástico que legitimara su posición en el trono emulando a los califas cordobeses –de igual manera que estos habían emulado a los califas omeyas de Oriente–, quienes, además, habían encontrado en la construcción de nuevas residencias palatinas uno de los instrumentos más eficaces de su propaganda política.
Al-Muqtadir bautizó su residencia como Qasr al-Surur (Palacio de la alegría). No obstante, esta acabó por adoptar el nombre de su promotor, conociéndose entonces como al-Yafariyya, de donde deriva su denominación actual.

Conjunto arquitectónico:
Vista aérea del palacio de la Aljafería (Canal Saturno, Aragón TV)
La Aljafería responde a la costumbre de las monarquías orientales de asentar el palacio y el acuartelamiento de las tropas fuera del núcleo urbano, levantándose sobre un altiplano desde el que se podía controlar prácticamente toda la ciudad, pero desde donde también se podía ser visto por los ciudadanos.
La austeridad ornamental del recinto amurallado respondía a su función militar, como muestra la gran Torre del Homenaje –también llamada actualmente del Trovador–, lo que chocaba con la rica decoración del interior, destinado a las recepciones de gran aparato.
La puerta principal, en recodo, abría al actual patio de San Martín, desde el que se accedía a través de una triple puerta al gran patio de Santa Isabel, punto central y articulador del conjunto palacial.
Esta complejidad en los accesos tenía una doble función: por un lado, dificultar la toma violenta del palacio, y, por otro, confundir e impresionar al visitante haciéndolo cruzar por multitud de puertas y pasar constantemente de la luz a la oscuridad y viceversa. 

Patio de Santa Isabel, visto desde el testero norte












Patio de Santa Isabel, desde el testero sur












Para destacar la localización del Salón del trono o Salón Dorado –en el testero norte–, de dimensiones y organización prácticamente iguales a las del lado opuesto, se dotó a esta zona de dos plantas y se construyó un pórtico abierto con dos alas que destacaban hacia el patio de Santa Isabel, provocando una asimetría volumétrica que otorgaba una mayor impresión de profundidad, además de crear un deambulatorio en forma de “U” que protegía y aislaba al soberano reforzando su magnificencia. Este deambulatorio, además, creaba un eje direccional desde el testero sur que conducía la vista hacia el Salón del trono.
Arquerías de acceso al Salón del Trono de al-Muqtadir
También se recurrió a otros recursos ópticos para dar la impresión de que las dimensiones del palacio eran mucho mayores que las reales. Por ejemplo, precedía al Salón Dorado una aparatosa escenografía en la que, en muy poco espacio, se sucedían distintos volúmenes con diversas alturas, constituyendo pantallas de arquerías que confundían al espectador, de nuevo, mediante contrastados juegos de luces y sombras. Además, se obtenían efectos móviles de claroscuro al reflejar el líquido de la alberca –orientada hacia el sur– la luz tamizada por celosías y arquerías sobre mármoles y atauriques de oro.


Arquerías de acceso al Salón del Trono de al-Muqtadir
Por otra parte, Al-Muqtadir pretendía mostrarse como dueño del universo, práctica habitual entre los soberanos de distintas épocas y lugares, de manera que su Salón del trono era una evocación del cosmos mediante la representación del firmamento en su techumbre y paredes, y la inscripción de diversas suras que aludían a la composición del universo y al orden celestial.
El protocolo oriental exigía que el califa apareciera oculto por una cortina o velo, de manera que, del mismo modo que la voz de Dios puede ser escuchada pero nadie puede llegar a verlo en vida, los califas podían ser oídos, pero no vistos, explotando así la idea de que el poder y el respeto a un soberano aumentaban cuanto más alejado se hallaba de sus súbditos. Por esta razón, al-Muqtadir se mostraba semioculto por velos y por las propias arquerías por las que se accedía al Salón Dorado, en el que destacaban el brillo y la magnificencia.
Arquerías del testero sur 
En definitiva, el palacio de al-Muqtadir, donde se hizo del lujo una forma de vida, «era tan espléndido que los poetas del siglo XI lo cantaron, alabando las alfombras de seda que lo tapizaban, las lámparas que lo iluminaban, los cojines rojos y blancos y las cortinas de brocados de oro que lo adornaban»[2].
En cuanto a los materiales empleados en la construcción y decoración del palacio, así como su calidad, el arquitecto Francisco Íñiguez, a quien se le encargó la restauración de la Aljafería entre 1947 y 1982, observó que: 
«fue construido en hormigón de yeso para los cimientos y encofrado en las zonas altas de la torre del Homenaje; alabastro, en los zócalos de los pórticos y mezquita, capiteles y basas de columna; mármol de Carrara, en los pavimentos en general, incluidos los paseos del jardín, en el patio; por fin el yeso tallado, para toda la decoración geométrica o de atauriques, animados por algún animal, finísimos y de muy varia y rica policromía, siempre a base de fondos rojos y azules, decoraciones variadísimas en el intradós de los arcos y detalles menudos, hasta culminar en los paños lisos situados en lo alto de la mezquita, pintados a la manera de los tapices persas. Los atauriques iban todos en oro».[3]
Todo ello ejemplifica el esplendor de Zaragoza durante este periodo del Islam andalusí.

Época cristiana:
Sala del palacio de Pedro IV
En 1118 Alfonso I conquistó Zaragoza, siendo la Aljafería ocupada desde entonces por los sucesivos monarcas aragoneses y sufriendo numerosas reformas, entre las que destacan las construcciones de la iglesia de San Martín, del palacio mudéjar de Pedro IV (1336-1387) y del palacio de los Reyes Católicos, de finales del siglo XV. Además, Fernando el Católico la convirtió en prisión de la Inquisición de Aragón a raíz del asesinato del inquisidor del reino, Pedro Arbués, en 1485.




Escalera del palacio de los Reyes Católicos
Techumbre del Salón del Trono 
de los Reyes Católicos
Celda de la prisión de la Inquisición

En 1593, debido a las Alteraciones de Aragón de 1591, Felipe II ordenó fortificar la Aljafería como imagen de su autoridad e intentando frenar futuras revueltas de la población. Desde entonces, sufrió profundas intervenciones para su adaptación como acuartelamiento militar, de las que se conservan algunos restos, como dos de los torreones neogóticos de época de Isabel II (1833-1868).
En 1931 la Aljafería fue declarada Monumento Nacional de Interés Histórico-Artístico y, desde 1947, se realizaron diversas intervenciones arqueológicas y de restauración, hasta llegar al edificio visible hoy día. Además, en 1985 se instalaron en una parte del recinto las actuales Cortes de Aragón. En 2001 la UNESCO declaró patrimonio mundial la arquitectura mudéjar aragonesa, siendo la Aljafería parte representativa de este arte.

Bibliografía:
Cabañero, Bernabé y Lasa, Carmelo, El salón dorado de la Aljafería: ensayo de reconstitución formal e interpretación simbólica, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, Zaragoza, 2004.
Corral Lafuente, José Luis, Historia de Zaragoza. Vol. 5, Zaragoza musulmana (714-1118), Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón, Zaragoza, 1998.
Expósito Sebastián, Manuel, et al., La Aljafería de Zaragoza: guía histórico-artística y literaria, Cortes de Aragón, Zaragoza, 1999.
Sobradiel, Pedro I., La arquitectura de la Aljafería: estudio histórico documental, Diputación General de Aragón: Departamento de Educación y Cultura, Zaragoza, 1998.



[1] José Luis Corral, Historia de Zaragoza. Vol. 5, Zaragoza musulmana (714-1118), Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón, Zaragoza, 1998, pp. 66-67.
[2] Íbidem, p. 68.
[3] Citado en Pedro I. Sobradiel, La arquitectura de la Aljafería: estudio histórico documental, Diputación General de Aragón, Departamento de Educación y Cultura, Zaragoza, 1998, p. 86.

7 comentarios:

  1. Me ha parecido muy interesante. La explicación y la clara redacción del artículo, te transportan a las distintas épocas de La Aljafería.

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  2. Hola Silvia! Me encanta tu artículo sobre este edificio. Me gustaría que nos contarás qué te parece su restauración, ya que ha dado lugar a tanta controversia.

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    1. Hola, Aída.
      Me alegro de que te haya gustado mi entrada.
      En cuanto a tu duda, personalmente, yo no habría llevado a cabo una intervención como la de Íñiguez, si bien hay que reconocer que siguió la línea imperante en el momento. Como sabes, este arquitecto se basó en los planteamientos de Viollet-le-Duc para proporcionar a la Aljafería «un estado de integridad que pudo no haber existido nunca», de tal manera que eliminó elementos barrocos y neoclásicos para sacar a la luz su primigenio esplendor musulmán, del mismo modo que construyó la cúpula del oratorio y gran parte de la arquería basándose en modelos quizás, a mi juicio, erróneos o insuficientes. No hay que olvidar tampoco que recibió importantes premios por su trabajo en este edificio, al que dedicó casi toda una vida, y que la línea restauradora de Viollet-le-Duc continúa siendo defendida hoy en día por algunos profesionales. No obstante, personalmente, repito, no comparto los ideales de este arquitecto, sino más bien los de Ruskin, ya que opino que cualquier intervención en un edificio de estas características debe encaminarse a la conservación de la historia íntegra del mismo y ser lo menos intrusiva posible.

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    2. Muchas gracias Silvia por tu aportación personal. A pesar de mi gusto por la estética musulmana, he de reconocer que es necesario intervenir para la conservación de dichos monumentos artísticos. No obstante, también creo que estas restauraciones se deben hacer de manera controlada y siempre mediante estudios y análisis realizados de manera interdisciplinar por especialistas en la materia, y no de manera arbitraria.

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    3. Comparto que hubo ocasiones en que la intervención fue excesiva, eliminando elementos que no debieron serlo (pienso ahora en el cuerpo superior de la torre de la capilla de San Martín). Ni tampoco defiendo la obra de Viollet-le-Duc. Pero según tú, ¿Estas queriendo decir que preferirías una Aljafería con el aspecto cuartelario que tuvo hasta la Intervención de Iñiguez?

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    4. Pienso como tú, Aída; por muy atractiva que le resulte al responsable de la intervención una estética en concreto (yo también prefiero la parte musulmana de la Aljafería), hay que respetar la integridad misma del edificio.

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    5. No, Alfredo. En realidad, personalmente, no acepto los extremos de Viollet-le-Duc ni de Ruskin, pues no considero que ninguna de estas propuestas sea respetuosa con el patrimonio; ni la "revitalización extrema" del primero, ni el "culto a la ruina" del segundo. No obstante, sí estoy más cerca de este último, en el sentido de la defensa de la mínima intervención. Dicho esto, no considero que hubiera sido necesario mantener íntegramente el aspecto como cuartel de la Aljafería, pero sí imprescindible respetar todos los valores propios del edificio, sin añadidos "inventados", ni eliminaciones arbitrarias, como tú dices.
      Espero haberme explicado mejor esta vez :)

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