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jueves, 27 de diciembre de 2018

Universidad Sertoriana (Huesca). Primera universidad de Aragón, de Palacio real a Museo provincial.


Minerva y Sertorio (Juan Andrés Merclein, 1768)
Minerva, diosa de la sabiduría, entrega a Sertorio el plano de la
Universidad Sertoriana, aunque el proyecto data del siglo XVII.
La Universidad de Huesca fue fundada por el rey Pedro IV en 1354 y llamada Sertoriana en memoria de la Escuela establecida en el año 77 a.C. por el político y militar romano Quinto Sertorio en Osca. Fue la primera y única Universidad de Aragón hasta la fundación de la de Zaragoza a finales del siglo XVI.

Vista aérea del actual Museo Provincial de Huesca, diseño de Francisco de
Artiga y Orús (Google Maps)

Sala de Doña Petronila, Palacio de los Reyes de Aragón, 
donde, supuestamente, se celebró el matrimonio de esta
con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV 
     



  Ocupó varias dependencias del Palacio de los Reyes de Aragón      –edificado en el siglo XII sobre restos arquitectónicos islámicos–hasta finales del siglo XVII, cuando se construyó un nuevo edificio sobre el mismo solar, entre 1690 y 1695, según el proyecto realizado por Francisco de Artiga y Orús. 
Sala de la Campana, Palacio de los Reyes de Aragón,
donde, supuestamente, tuvo lugar el episodio de la
Campana de Huesca
La Campana de Huesca 
(José Casado del Alisal, 1880)





  










  Esta Universidad estuvo compuesta por una Escuela de Gramática y cinco facultades –Teología, Cánones, Leyes, Medicina y Artes– y concedió los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor.
 Económicamente, fue sustentada por el Concejo de la ciudad y, posteriormente, por la Iglesia. Vivió diversos periodos de decadencia y apogeo hasta su cierre definitivo en 1845, cuando pasó a ser Instituto de Segunda Enseñanza, manteniéndose así hasta 1936. Posteriormente, desempeñó diversas funciones, como cárcel, cuartel, almacenes…


Para saber más sobre la Universidad Sertoriana y sus alumnos:

Fachada del actual Museo Provincial de Huesca
El Museo de Huesca se trasladó a este edificio en 1967, procedente del Colegio de Santiago, donde había estado instalado desde su fundación en 1873. No obstante, se mantuvo cerrado para su acondicionamiento durante distintos periodos hasta finales de 1992, momento en que se clausuró definitivamente para acometer una reforma en profundidad del edificio, sus instalaciones y su montaje expositivo, dando como resultado el actual Museo Provincial de Huesca, inaugurado en 1995. Además, en 2003 se completó la declaración originaria de Bien de Interés Cultural del edificio, según la ley de Patrimonio Cultural Aragonés, de 1999.

Patio interior del actual Museo Provincial de Huesca

   
Sala de exposición del actual
Museo Provincial de Huesca
Sala de exposición del actual
Museo Provincial de Huesca


Sala de exposición del actual
 Museo Provincial de Huesca
Sala de exposición del actual
Museo Provincial de Huesca


Para saber más sobre el Museo Provincial de Huesca:

Fuente de la información:
Museo Provincial de Huesca, Plaza de la Universidad, 1, 22002, Huesca.

martes, 18 de diciembre de 2018

El palacio de la Aljafería (Zaragoza). La simbología del poder.


Fachada del palacio de la Aljafería
  Contexto histórico:
Durante los últimos años del Califato omeya de Córdoba se sucedieron las entronizaciones y derrocamientos violentos de califas, provocados por conjuras y motines, hasta que en 1031 fue depuesto el último de ellos, provocando el final formal del Califato. No obstante, ya se habían producido varios intentos independentistas, algunos de ellos fructíferos, como el de Albarracín (1010) o el de Zaragoza (1018), donde las aristocracias locales se proclamaron soberanas del territorio que controlaban.
Nacieron así las primeras taifas, periodo convulso en el que cada monarca competía con los demás por obtener un mayor poder y controlar una mayor extensión territorial. Además, debido a su origen, estos monarcas adolecían de una cierta ilegitimidad que trataban de subsanar de diversas y numerosas maneras.
Experto en esta legitimación del poder fue Abú Yafar Ahmad I ibn Sulaymán (1046/7 – 1081/2 d.C.), también conocido como al-Muqtadir, sexto monarca de la taifa zaragozana y segundo de la dinastía Banu Hud.
Al-Muqtadir condujo a la taifa a su máximo desarrollo territorial gracias a su gran talento político y militar. Además, se rodeó de una corte de intelectuales –tanto musulmanes como judíos–, siendo él mismo filósofo, poeta, matemático, astrónomo y mecenas de las artes y de las ciencias, y continuando la labor de sus antecesores para colocar a Zaragoza entre las Cortes más brillantes del siglo XI.

Construcción de la Aljafería:
Aunque se acepta que fue al-Muqtadir el promotor de esta obra, parece admitirse igualmente la existencia de un conjunto anterior construido en el espacio que ocupa. De hecho, el recinto amurallado carece de regularidad en su trazado, probablemente por su adaptación a estas estructuras preexistentes que responderían, según José Luis Corral, a un campamento fortificado construido por Abdarrahmán III para sitiar Zaragoza en el siglo X[1].
Al levantar su palacio, al-Muqtadir pretendió en última instancia erigir un monumento dinástico que legitimara su posición en el trono emulando a los califas cordobeses –de igual manera que estos habían emulado a los califas omeyas de Oriente–, quienes, además, habían encontrado en la construcción de nuevas residencias palatinas uno de los instrumentos más eficaces de su propaganda política.
Al-Muqtadir bautizó su residencia como Qasr al-Surur (Palacio de la alegría). No obstante, esta acabó por adoptar el nombre de su promotor, conociéndose entonces como al-Yafariyya, de donde deriva su denominación actual.

Conjunto arquitectónico:
Vista aérea del palacio de la Aljafería (Canal Saturno, Aragón TV)
La Aljafería responde a la costumbre de las monarquías orientales de asentar el palacio y el acuartelamiento de las tropas fuera del núcleo urbano, levantándose sobre un altiplano desde el que se podía controlar prácticamente toda la ciudad, pero desde donde también se podía ser visto por los ciudadanos.
La austeridad ornamental del recinto amurallado respondía a su función militar, como muestra la gran Torre del Homenaje –también llamada actualmente del Trovador–, lo que chocaba con la rica decoración del interior, destinado a las recepciones de gran aparato.
La puerta principal, en recodo, abría al actual patio de San Martín, desde el que se accedía a través de una triple puerta al gran patio de Santa Isabel, punto central y articulador del conjunto palacial.
Esta complejidad en los accesos tenía una doble función: por un lado, dificultar la toma violenta del palacio, y, por otro, confundir e impresionar al visitante haciéndolo cruzar por multitud de puertas y pasar constantemente de la luz a la oscuridad y viceversa. 

Patio de Santa Isabel, visto desde el testero norte












Patio de Santa Isabel, desde el testero sur












Para destacar la localización del Salón del trono o Salón Dorado –en el testero norte–, de dimensiones y organización prácticamente iguales a las del lado opuesto, se dotó a esta zona de dos plantas y se construyó un pórtico abierto con dos alas que destacaban hacia el patio de Santa Isabel, provocando una asimetría volumétrica que otorgaba una mayor impresión de profundidad, además de crear un deambulatorio en forma de “U” que protegía y aislaba al soberano reforzando su magnificencia. Este deambulatorio, además, creaba un eje direccional desde el testero sur que conducía la vista hacia el Salón del trono.
Arquerías de acceso al Salón del Trono de al-Muqtadir
También se recurrió a otros recursos ópticos para dar la impresión de que las dimensiones del palacio eran mucho mayores que las reales. Por ejemplo, precedía al Salón Dorado una aparatosa escenografía en la que, en muy poco espacio, se sucedían distintos volúmenes con diversas alturas, constituyendo pantallas de arquerías que confundían al espectador, de nuevo, mediante contrastados juegos de luces y sombras. Además, se obtenían efectos móviles de claroscuro al reflejar el líquido de la alberca –orientada hacia el sur– la luz tamizada por celosías y arquerías sobre mármoles y atauriques de oro.


Arquerías de acceso al Salón del Trono de al-Muqtadir
Por otra parte, Al-Muqtadir pretendía mostrarse como dueño del universo, práctica habitual entre los soberanos de distintas épocas y lugares, de manera que su Salón del trono era una evocación del cosmos mediante la representación del firmamento en su techumbre y paredes, y la inscripción de diversas suras que aludían a la composición del universo y al orden celestial.
El protocolo oriental exigía que el califa apareciera oculto por una cortina o velo, de manera que, del mismo modo que la voz de Dios puede ser escuchada pero nadie puede llegar a verlo en vida, los califas podían ser oídos, pero no vistos, explotando así la idea de que el poder y el respeto a un soberano aumentaban cuanto más alejado se hallaba de sus súbditos. Por esta razón, al-Muqtadir se mostraba semioculto por velos y por las propias arquerías por las que se accedía al Salón Dorado, en el que destacaban el brillo y la magnificencia.
Arquerías del testero sur 
En definitiva, el palacio de al-Muqtadir, donde se hizo del lujo una forma de vida, «era tan espléndido que los poetas del siglo XI lo cantaron, alabando las alfombras de seda que lo tapizaban, las lámparas que lo iluminaban, los cojines rojos y blancos y las cortinas de brocados de oro que lo adornaban»[2].
En cuanto a los materiales empleados en la construcción y decoración del palacio, así como su calidad, el arquitecto Francisco Íñiguez, a quien se le encargó la restauración de la Aljafería entre 1947 y 1982, observó que: 
«fue construido en hormigón de yeso para los cimientos y encofrado en las zonas altas de la torre del Homenaje; alabastro, en los zócalos de los pórticos y mezquita, capiteles y basas de columna; mármol de Carrara, en los pavimentos en general, incluidos los paseos del jardín, en el patio; por fin el yeso tallado, para toda la decoración geométrica o de atauriques, animados por algún animal, finísimos y de muy varia y rica policromía, siempre a base de fondos rojos y azules, decoraciones variadísimas en el intradós de los arcos y detalles menudos, hasta culminar en los paños lisos situados en lo alto de la mezquita, pintados a la manera de los tapices persas. Los atauriques iban todos en oro».[3]
Todo ello ejemplifica el esplendor de Zaragoza durante este periodo del Islam andalusí.

Época cristiana:
Sala del palacio de Pedro IV
En 1118 Alfonso I conquistó Zaragoza, siendo la Aljafería ocupada desde entonces por los sucesivos monarcas aragoneses y sufriendo numerosas reformas, entre las que destacan las construcciones de la iglesia de San Martín, del palacio mudéjar de Pedro IV (1336-1387) y del palacio de los Reyes Católicos, de finales del siglo XV. Además, Fernando el Católico la convirtió en prisión de la Inquisición de Aragón a raíz del asesinato del inquisidor del reino, Pedro Arbués, en 1485.




Escalera del palacio de los Reyes Católicos
Techumbre del Salón del Trono 
de los Reyes Católicos
Celda de la prisión de la Inquisición

En 1593, debido a las Alteraciones de Aragón de 1591, Felipe II ordenó fortificar la Aljafería como imagen de su autoridad e intentando frenar futuras revueltas de la población. Desde entonces, sufrió profundas intervenciones para su adaptación como acuartelamiento militar, de las que se conservan algunos restos, como dos de los torreones neogóticos de época de Isabel II (1833-1868).
En 1931 la Aljafería fue declarada Monumento Nacional de Interés Histórico-Artístico y, desde 1947, se realizaron diversas intervenciones arqueológicas y de restauración, hasta llegar al edificio visible hoy día. Además, en 1985 se instalaron en una parte del recinto las actuales Cortes de Aragón. En 2001 la UNESCO declaró patrimonio mundial la arquitectura mudéjar aragonesa, siendo la Aljafería parte representativa de este arte.

Bibliografía:
Cabañero, Bernabé y Lasa, Carmelo, El salón dorado de la Aljafería: ensayo de reconstitución formal e interpretación simbólica, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, Zaragoza, 2004.
Corral Lafuente, José Luis, Historia de Zaragoza. Vol. 5, Zaragoza musulmana (714-1118), Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón, Zaragoza, 1998.
Expósito Sebastián, Manuel, et al., La Aljafería de Zaragoza: guía histórico-artística y literaria, Cortes de Aragón, Zaragoza, 1999.
Sobradiel, Pedro I., La arquitectura de la Aljafería: estudio histórico documental, Diputación General de Aragón: Departamento de Educación y Cultura, Zaragoza, 1998.



[1] José Luis Corral, Historia de Zaragoza. Vol. 5, Zaragoza musulmana (714-1118), Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón, Zaragoza, 1998, pp. 66-67.
[2] Íbidem, p. 68.
[3] Citado en Pedro I. Sobradiel, La arquitectura de la Aljafería: estudio histórico documental, Diputación General de Aragón, Departamento de Educación y Cultura, Zaragoza, 1998, p. 86.

lunes, 10 de diciembre de 2018

San Pedro el Viejo (Huesca). Iglesia, monasterio y panteón real.


Fachada de San Pedro el Viejo
Contexto histórico:
En el lugar que ocupa actualmente San Pedro el Viejo se ubicó un templo romano, visigodo y mozárabe, sucesivamente. Fue el único templo que mantuvo en Huesca su carácter cristiano durante la dominación musulmana.
Tras la conquista de la ciudad a los musulmanes por parte del monarca aragonés Pedro I en 1096, esta iglesia fue entregada al monasterio de Saint Pons de Thomières o San Ponce de Tomeras (Francia), convirtiéndose a raíz de aquello en monasterio benedictino y sufriendo numerosas reformas que hicieron desaparecer la anterior iglesia mozárabe. A partir de entonces, fue conocido como “el Viejo” para diferenciarlo de la nueva catedral, también dedicada a San Pedro.

Conjunto arquitectónico:
El conjunto arquitectónico conservado actualmente data del siglo XII y pertenece al llamado estilo románico europeo u occidental, difundido a lo largo del Camino de Santiago y del que San Pedro el Viejo constituye uno de los ejemplos más significativos en Aragón.
La fachada es sencilla, compuesta por muros robustos y una torre-campanario de planta hexagonal construida en el siglo XIII, después de que la iglesia se constituyera en sede parroquial, en 1249. Esta torre fue en origen mucho más alta de lo visible hoy en día, pero ha sido desmochada en diversas ocasiones.
Iglesia:
Interior del cimborrio de la iglesia de San Pedro el Viejo
La planta de la iglesia de San Pedro el Viejo es basilical, constituida por tres naves paralelas, cubiertas por bóvedas de medio cañón y terminadas en ábsides semicirculares, y un crucero alineado. El cimborrio fue construido en el siglo XIII.
El retablo mayor, del siglo XVII, se sitúa en la nave central, de mayor anchura que las otras, y oculta su ábside. Tallado en madera, dorado y pintado, y de estilo renacentista, aunque con signos de transición al barroco, en él aparecen imágenes de San Pedro, patrón de la iglesia, y de San Lorenzo y San Vicente, patronos de Huesca. Además, la iglesia conserva otros retablos menores, aunque igualmente reseñables, del siglo XVI y siguientes, como los del Cristo de la Sangre, de la Anunciación y de San José.
Hasta 1684 el coro estuvo situado en el centro de la iglesia, encontrándose ahora al final de la nave central, separado de esta mediante una verja. Destaca en él el órgano, anterior al siglo XVII, aunque restaurado.
En la nave central, junto al coro, se conserva una pintura mural del siglo XIII, resto de las que originariamente ilustrarían la iglesia y el claustro.

Arquivoltas de la puerta de acceso al claustro 
Claustro:
En la nave derecha de la iglesia se encuentra la puerta que comunica con el claustro, construido en el siglo XII, al mismo tiempo que el templo. Constituye una importante muestra románica, atribuida al escultor conocido como «Maestro de San Juan de la Peña».
Este claustro tiene forma rectangular, con cuatro crujías recorridas por un banco corrido sobre el que se levantan columnas pareadas que sostienen un capitel único, haciendo un total de treinta y ocho capiteles que presentan un programa iconográfico completo y sobre los que descansan arcos de medio punto. El claustro fue restaurado en el siglo XIX, conservando únicamente dieciocho capiteles originales del siglo XII.


Detalle de la basa de una de las columnas del pórtico del claustro

Capilla de San Bartolomé
En este claustro se abren varias capillas, entre las que destaca la de San Bartolomé, uno de los primeros panteones reales de Aragón, ya que en ella se encuentran los restos de los dos últimos reyes de la dinastía ramirense, Alfonso I el Batallador (1104-1134) y Ramiro II el Monje (1134-1137), además de los de una infanta ignota de escasos años de edad, los de Fernando de Aragón, hijo del rey Alfonso II, tío y consejero de Jaime I y abad de Montearagón entre 1205 y 1249, y los del último prior monacal de San Pedro el Viejo, fray Bernardo Alter Zapila (✝️1494).

Para conocer todos los panteones reales de Aragón: http://www.panteonesrealesdearagon.es/

Capilla de San Bartolomé. Sarcófago de Ramiro II
Además, durante su reinado, y especialmente a partir de 1137, Ramiro II el Monje hizo de Huesca su residencia habitual, probablemente recluido en los monasterios de San Pedro el Viejo y San Urbez de Serrablo, ambos pertenecientes al priorato tomeriense, y donde desarrolló una importante tarea cultural. Este monarca falleció en 1157 y fue enterrado en dicha capilla de San Bartolomé del claustro de San Pedro el Viejo, en un sarcófago romano realizado en mármol durante el siglo II ó III d.C.
Las dependencias monásticas que albergó San Pedro el Viejo no se conservan actualmente.

Evolución de San Pedro el Viejo:
El monasterio de San Pedro el Viejo destacó tras la Reconquista por su riqueza y por el control que ejercía sobre otras iglesias de la provincia. No obstante, su vida monástica terminó durante el siglo XV, cuando Fernando el Católico lo secularizó.
El priorato fue suprimido en 1535 por el papa Paulo III a instancias del monarca Carlos I y de la ciudad de Huesca, de manera que sus rentas pasaron al Colegio imperial y Mayor de Santiago.
San Pedro el Viejo entró así en declive hasta que Felipe II consiguió que Pío V lo redotase de rentas desmembradas del monasterio-abadía de Montearagón, con la obligación del canto de las horas en coro y otras devociones en honor de los santos Justo y Pastor, de quienes se conservan algunas reliquias en la iglesia, en la capilla dedicada a ambos.
Una de las crujías del claustro
Durante la Baja Edad Media y la Edad Moderna se llevaron a cabo numerosas reformas en el conjunto arquitectónico de San Pedro el Viejo: se realizaron enterramientos bajo arcosolio en los muros de las crujías del claustro; se abrieron nuevas capillas en el claustro y en la iglesia; se habilitaron espacios accesorios, como sacristías; se aumentó la anchura de las naves; se alteró el sistema de iluminación del templo, cegando los dos vanos originales y abriendo otros nuevos; etc. Todo esto provocó numerosos problemas estructurales. Además, en el siglo XVIII la iglesia fue blanqueada con una capa de yeso, supuestamente, por motivos higiénicos, perdiendo así casi toda su decoración mural; esta capa fue retirada a finales del siglo XX.
La iglesia y claustro de San Pedro el Viejo fueron declarados Monumento Nacional Histórico-Artístico en 1885, iniciándose desde entonces sucesivas restauraciones.

Para saber más sobre San Pedro el Viejo:

Bibliografía:
Fontana Calvo, María Celia, La iglesia de San Pedro el Viejo y su entorno, Instituto de estudios altoaragoneses, Huesca, 2003.
Ubieto Arteta, Agustín, Los monasterios de Aragón, Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón, Zaragoza, 1999.
Vallés Almudévar, Jesús, Guía de San Pedro el Viejo, Huesca, Parroquia de San Pedro el Viejo, Huesca, 2004.