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miércoles, 27 de febrero de 2019

Castillo (Valderrobres, Teruel). Un escenario histórico para la vida cultural de la región.

Contexto histórico:
Hay evidencias históricas que demuestran la existencia de un castillo musulmán sobre el emplazamiento del castillo actual. Posteriormente, en 1169, la villa de Valderrobres fue conquistada por Alfonso II y existe la hipótesis de que este monarca ordenara la edificación de una fortaleza militar de carácter puramente defensivo en aquel momento.
En 1175, el rey concedió la villa al obispado de Zaragoza, ostentado entonces por Pedro de Torroja, quien, pocos días después, subinfeudó el castillo a Fortún Robert, a condición de que repoblara la zona con cristianos. Al morir en 1307 sin hijos su descendiente Pedro de Oteyza, casado con una hija natural de Pedro III, el castillo fue recuperado por la Corona, pero Jaime II –hijo y sucesor de Pedro III– renunció a sus derechos sobre él y lo devolvió al cabildo zaragozano en 1346, tras cobrar una importante suma de dinero y haberse producido un litigio entre el rey y el obispo. Así, Valderrobres fue durante siglos señorío de la Mitra zaragozana.


Planta del castillo: 
(Guía interpretativa de la iglesia y del castillo de Valderrobres, p. 90)
(Guía interpretativa de la iglesia y del castillo de Valderrobres, p. 100)
(Guía interpretativa de la iglesia y del castillo de Valderrobres, p. 111)

Construcción:
En la parte alta de Valderrobres se eleva uno de los mejores conjuntos del gótico en Aragón: el castillo-palacio y la contigua iglesia-colegiata de Santa María. La fábrica actual corresponde a la segunda mitad del siglo XIV y a la primera del XV.
Aunque sufrió diversas transformaciones a lo largo de la historia, el castillo fue edificado casi en su totalidad por los arzobispos de Zaragoza García Fernández de Heredia (1382-1411) y Dalmau de Mur (1431-1456), ambos pertenecientes a familias aristocráticas. En diferentes estancias pueden observarse los escudos de estos dos obispos en memoria de las obras que impulsaron.
  El castillo posee grandes dimensiones y planta hexagonal irregular, con dos suntuosas fachadas palaciegas. Sus paramentos son de sillería, a base de bloques de piedra bien escuadrados y alineados, abiertos por numerosos vanos –con grandes ventanas apuntadas, adornadas por tracerías– y con la galería corrida de arcos semicirculares típicamente aragonesa, sobre la cual se alzan tres torrecillas angulares y almenadas más ornamentales que defensivas.
Ante la fachada principal se asentó una terraza consolidada sobre un muro, buscando la simbiosis con el terreno, para separar la mansión del caserío y de donde arrancan las murallas de la villa.
Uno de los salones
El castillo se distribuye en diversas salas alrededor de un patio de armas descubierto. Destacan los salones de las crujías oeste y sur, en dos plantas, especialmente el de las Cortes o de las Chimeneas –llamado así por celebrarse en él Cortes en 1429 y por alojar tres chimeneas que todavía se conservan–, un grandioso salón con arcos agudos de piedra transversales y sin techumbre. El resto de salones se cubrían con techumbres de madera apoyadas sobre arcos apuntados transversales.
Cubierta de la antigua cocina

 Hacia 1545 el arzobispo de Zaragoza Hernando de Aragón realizó algunas obras en este castillo, entre las que destaca la cocina, de planta cuadrada y cubierta por una bóveda de ocho cascos construida en ladrillo refractario y con trompas en cada uno de sus ángulos.




Abandono y rehabilitación:
Se cree que el arzobispo de Zaragoza y virrey de Aragón Juan Cebrián (1644-1662) fue el último que habitó este castillo, puesto que no hay datos posteriores que atestigüen la residencia en él, aunque se desconoce en qué momento exacto se abandonó definitivamente y por qué motivo.
En todo caso, sufrió desde entonces un proceso de degradación, con el hundimiento de casi todos sus techos y la acumulación de vegetación entre las ruinas. Además, muchas de sus piedras fueron expoliadas y empleadas para la construcción de otras edificaciones en el pueblo y sus alrededores. Tras la desamortización de Mendizábal (1836) el arzobispado de Zaragoza perdió su jurisdicción sobre este castillo y las tierras que había controlado desde él.
El castillo volvió a ser fortificado y utilizado por el general Cabrera durante la I Guerra Carlista (1833-1840), pero, al no intervenir directamente en los combates, no sufrió grandes desperfectos.
En 1971 se inició una primera restauración, con la siega de la hierba que lo inundaba y la reconstrucción de unos veinte metros cuadrados de muro del patín superior, pero esta restauración hubo de ser paralizada porque se agotó el presupuesto concedido por el Ministerio de la Vivienda para tal fin, por lo que el castillo continuó presentando un aspecto ruinoso. Entre 1980 y 1983 se llevó a cabo la restauración de las zonas nobles, que terminó en una segunda fase en 1991, otorgándole al castillo su aspecto actual.

Actualidad:
En 1931, el castillo de Valderrobres fue declarado Monumento Nacional. Hoy en día, es empleado como espacio para la cultura, celebrándose en él diversas actividades: exposiciones, congresos, conciertos, etc.  
Además, Valderrobres es considerado uno de «Los pueblos más bonitos de España» desde 2013.

Para saber más sobre esta distinción: https://www.lospueblosmasbonitosdeespana.org/

Tres carteles anunciadores de diversas actividades culturales celebradas en el castillo de Valderrobres en los últimos años

   Para saber más sobre el castillo de Valderrobres y su entorno: 
http://www.valderrobres.es/turismo/patrimonio-urbanistico/castillo-palacio/

Para visitar el castillo de Valderrobres: http://www.castillodevalderrobres.com/

Para conocer el nuevo proyecto de restauración del castillo: 
https://www.lacomarca.net/castillo-valderrobres-estara-restaurado-finales-2021/

Bibliografía:
Cabañas Boyano, Aurelio, Aragón: una tierra de castillos, Prensa Diaria Aragonesa, Zaragoza, 1999.
Guitart Aparicio, Cristóbal, Los castillos de Aragón, Caja de Ahorros de la Inmaculada, Zaragoza, 1999.
–, Los castillos turolenses, Instituto de Estudios Turolenses, Teruel, 1987.
Sebastián López, Santiago, et al., Inventario artístico de Teruel y su provincia, Servicio de publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 1974.
Siurana Roglán, Manuel, Guía interpretativa de la iglesia y el castillo de Valderrobres, Centro de Estudios Bajoaragoneses, Alcañiz, 2003.

martes, 19 de febrero de 2019

Monasterio de Veruela (Vera de Moncayo, Zaragoza). Renovarse o morir.



Santa María de Veruela fue el primer monasterio cisterciense fundado en la Corona de Aragón, en 1146. Su iglesia y dependencias, rehabilitadas, pueden visitarse todavía hoy.


Planta: 
(Los monasterios de Aragón, pp. 118-119)

Origen. Edad Media:
Según la leyenda, el señor de Borja, Pedro de Atarés, salió un día de caza y fue sorprendido por una fuerte tormenta, ante la cual se encomendó a la Virgen María, quien se le apareció para consolarle e indicarle el camino de regreso, a la vez que le animaba a fundar en aquellos parajes un lugar de culto en su nombre que se convirtiera en centro espiritual de la comarca y en refugio de caminantes. Así, a iniciativa de Pedro de Atarés, llegaron monjes franceses para establecer la primera comunidad en el nuevo monasterio, que obtuvo, efectivamente, una enorme relevancia repobladora y cultural.
La formación del patrimonio territorial de Veruela se debió, especialmente, a Alfonso II (1164-1196) y Jaime I (1213-1276), aunque este no dejó de crecer hasta el siglo XV, si bien lo hizo mucho más despacio. Gracias a los habitantes de su señorío, de unos 154 km2, los monjes verolenses perfeccionaron el sistema de riego, dedicando especial atención en este sentido a las granjas.


Evolución:
Edad Moderna
Entre 1472 y 1617 los abades de Veruela fueron comandatarios, es decir, estos no sólo no pertenecían a la orden cisterciense ni a ninguna otra, sino que eran incluso laicos sin profesión religiosa, en general personas de confianza de los monarcas y, en muchas ocasiones, pertenecientes a la propia familia real, como Juan de Aragón –hijo bastardo de Juan II– y Hernando de Aragón –nieto bastardo de Fernando el Católico–. La pertenencia del abad de Veruela a las Cortes de Aragón y el hecho de que poseyera un señorío tan importante justificaban la intromisión de la Corona en estos asuntos. Por otra parte, esto dejó una importante huella arquitectónica, ya que permitió conseguir la financiación necesaria para mejorar y ampliar las dependencias monacales.
Durante el siglo XV, el monasterio de Veruela recibió el privilegio de usar las insignias pontificales –la mitra y el anillo–, igualándose así al obispo de su diócesis. La inclusión de nuevas pinturas, esculturas, retablos, vidrieras de colores y decoración en general fue habitual a partir de entonces, pero el monasterio acabó así endeudándose y hubo de recurrir a la venta, arrendamiento o empeño de parte de sus posesiones para mantenerse.
Hernando de Aragón con hábito cisterciense
A comienzos del siglo XVI, Hernando de Aragón inició el siglo de oro del monasterio, siendo continuada su ingente empresa de renovación por fray Lope Marco (1539-1560). A ellos se deben, entre otras obras, la cerca, la decoración en yeso de la bóveda del dormitorio, la crucería estrellada del refectorio, la biblioteca, tres de las galerías del sobreclaustro, la capilla de San Bernardo y la sustitución del retablo mayor.
En 1662 comenzaron las obras del Monasterio Nuevo, en las que se levantó un claustro de dos plantas con sastrería, chimenea y dieciséis celdas iguales. No obstante, cuando las obras se encontraban ya muy avanzadas, el monasterio sufrió un incendio, tras lo cual se edificaron quince nuevas celdas y dos scriptoria, además de proyectarse un acceso directo desde el locutorio del monasterio medieval, tras el cual se abriría una monumental escalera como espacio de tránsito cuya cúpula seguía ya el nuevo movimiento artístico del momento, es decir, el barroco.
Durante la Guerra de Sucesión (1701-1713) los monjes abandonaron el monasterio y se refugiaron en Borja.

Edad Contemporánea
Durante la invasión francesa (1808-1814), el gobierno de José I suprimió el monasterio. Fernando VII decretó el regreso de los religiosos, pero en 1820 disolvió las órdenes monacales. En ese momento, se les concedió a los monjes un mes para marcharse, durante el cual inventariaron el archivo y todos los bienes muebles, bibliográficos y artísticos, abandonando posteriormente el monasterio.
No obstante, los monjes regresaron de nuevo, aunque con grandes problemas internos, ya que unos apoyaban abiertamente al bando carlista y otros al isabelino.
La Desamortización de Mendizábal (1835) puso fin al señorío verolense y provocó que el archivo, varios miles de volúmenes de la biblioteca y el retablo mayor fueran expoliados. En 1844, el patrimonio superviviente salió a subasta pública dividido en seis lotes.
En este momento, el trabajo de recogida de documentación fue encargado a la Comisión de Arbitrios y Amortización de la provincia de Zaragoza, que delegó esta tarea en unas comisiones subalternas de Borja y Tarazona, lo que provocó que personas sin la cualificación necesaria se hicieran cargo del vasto patrimonio verolense, disperso y  desaparecido en muchos casos.
El desmantelamiento y destrucción fueron tales que incluso el edificio estuvo a punto de ser demolido, y así habría ocurrido de no ser porque la Comisión Central de Monumentos Artísticos reclamó la sexta parte que le correspondía en la subasta y la encomendó a la Junta de Conservación, creada desde Borja y Tarazona y presidida por el canónigo José de Purroy y Castillón. De esta Junta surgió la idea de ubicar una hospedería en las dependencias del monasterio nuevo destinada al veraneo de familias adineradas. Así, se instalaron dieciocho plazas repartidas en ocho habitaciones, además de las cocinas. En 1861 se publicó el folleto «El monasterio de Veruela. Sitio de verano», que demostraba el éxito de esta hospedería, muy frecuentada por viajeros y escritores románticos entre los que destacan los hermanos Bécquer.  
Recuerdo de la estancia de G. A. Bécquer en el monasterio
Para saber más sobre la estancia de los hermanos Bécquer en el Monasterio de Veruela:
Por otra parte, los duques de Villahermosa, vinculados históricamente al monasterio de Veruela, reclamaron durante la Desamortización los bienes que consideraron propios e intervinieron en las decisiones políticas que condujeron a la recuperación del culto en la iglesia y a la instalación de la Compañía de Jesús en el cenobio.
Efectivamente, en 1877, durante la Restauración borbónica (1875-1886), los jesuitas regresaron a España –de donde se habían exiliado tras la Revolución Gloriosa de 1868- y el gobierno les entregó la tutela del monasterio, en calidad de usufructuarios de la sexta parte salvada, con el fin de recuperar sus funciones religiosas y conventuales y con la única condición de conservar el patrimonio y respetar los derechos de patronato de los duques de Villahermosa. A partir de entonces, la primera y principal tarea de la Compañía de Jesús fue reestructurar y restaurar el cenobio.
En 1919, el Estado declaró la iglesia, el claustro y la sala capitular Monumento Nacional. En 1928 la Compañía amplió su dominio y el monasterio recuperó su antigua unidad gracias a que el Estado declaró todo el conjunto Monumento Nacional, expropió las tierras a sus propietarios y cedió la totalidad en usufructo a los jesuitas.
En 1932 se disolvió la Compañía, por lo que los monjes abandonaron de nuevo Veruela tras el inventariado de sus bienes. Por concesión de la II República, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza instaló en él un sanatorio que durante la Guerra Civil actuó como hospital de sangre. En 1939, antes de que finalizara la guerra, Franco decretó que la Compañía recuperara el monasterio en las mismas condiciones en las que lo poseía antes. En esta época hubo de ampliar las dependencias monacales, para lo que se elevó un piso el claustro del monasterio nuevo.
Finalmente, la Compañía devolvió el cenobio al Estado, renunció al usufructo y vendió todos los terrenos aledaños que había ido comprando. El padre general, Pedro Arrupe, ordenó el cierre del monasterio en 1972 y la Dirección General de Bellas Artes del Estado lo cedió en usufructo a la Diputación Provincial de Zaragoza durante treinta años. En 1998, el Ministerio de Economía y Hacienda lo cedió definitivamente a la Diputación.

Actualidad
En los últimos años, los dos ámbitos fundamentales de la actuación llevada a cabo por la Diputación se han centrado, por un lado, en las obras de restauración, rehabilitación y acondicionamiento del monasterio y su entorno, y, por otro, en la promoción de numerosas actividades culturales para dotarlo de una nueva vida.
De esta manera, el monasterio de Veruela ha albergado durante los últimos treinta años numerosas exposiciones temporales y ha fomentado publicaciones de libros, además de acoger el Curso Internacional de Composición Musical, el Festival Internacional de Música «Veruela Música Viva» y los festivales internacionales de Poesía del Moncayo, así como el Museo del Vino de la denominación de origen del Campo de Borja desde 1994.
Para saber más sobre el Museo del Vino: https://www.youtube.com/watch?v=R43nIuUNPsM
Por otra parte, desde hace años el monasterio está siendo rehabilitado con la finalidad de establecer en él un Parador Nacional, aunque la fecha de su inauguración ha sido retrasada en numerosas ocasiones.


Para saber más sobre el Monasterio de Veruela: https://www.youtube.com/watch?v=IrTtvKL3eZA
Para visitar el Monasterio de Veruela: https://monasteriodeveruela.blogspot.com/

Para conocer el Monasterio de Veruela como lugar literario:
Para conocer el Monasterio de Veruela como lugar cinematográfico:
Bibliografía:
Criado Mainar, Jesús, Monasterio de Veruela: guía histórica, Diputación de Zaragoza, Zaragoza, 1993.
López Landa, José María, Estudio arquitectónico del Real Monasterio de Santa María de Veruela, La Cadiera, Zaragoza, 2015.
Soria de Isarri, Isabel (coord.), Veruela, testigo de siglos, Diputación de Zaragoza, Zaragoza, 2012.
Ubieto Arteta, Agustín, Los monasterios de Aragón, Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón, Zaragoza, 1999.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Torre del Reloj (Jaca, Huesca). Norma de la vida civil.


Contexto histórico:
La Torre del Reloj de Jaca –también conocida como Torre de la Cárcel o Torre del Merino, según los distintos usos que ha tenido a lo largo de la historiafue construida en 1445 para albergar la residencia del merino, representante del rey encargado de recaudar los impuestos y administrar sus rentas en la ciudad.
Posteriormente, a raíz del incendio que destruyó la prisión eclesiástica, sirvió igualmente como cárcel por mandato del arcediano Jorge de Lasieso y con financiación de la familia Lasala. Una vez reconstruidas las antiguas dependencias penitenciarias, la torre perdió su función, por lo que se vendió en 1449 a la familia Lóriz, cuyos miembros la traspasaron al merino Miguel Ximénez en 1516.
En 1599 la torre fue adquirida por el Concejo, que decidió instalar en ella un reloj-campanario para marcar la vida urbana y civil –en contraposición al horario eclesiástico fijado por el campanario de la Iglesia– y convertirla, en 1602, en cárcel municipal.
 Construcción:
Esta torre se sitúa en el centro histórico de Jaca, junto al ayuntamiento, destacando sobre las construcciones adyacentes.
Es de planta rectangular de once por siete metros y gran altura, sumando un total de cinco pisos unidos por escaleras de madera intramurales. El piso inferior se cubre mediante bóveda de medio cañón y el resto con forjados de madera apoyados en ménsulas –fundamentalmente convexas– o rentranqueos.
Los muros son de sillarejo y mampostería, con las esquinas ligeramente diferenciadas. En algunos puntos del interior muestra aparejo en espina de pez, poco frecuente en el entorno.
Los vanos que iluminan el interior son variados. En la planta superior se abren alargadas y estrechas saeteras, mientras que en el resto la construcción presenta ventanas tardogóticas; entre estas últimas, algunas –situadas en la planta alta– son geminadas con parteluz, mientras que las inferiores son adinteladas y protegidas por enrejado, aunque también las hay apuntadas, cubiertas con arcos de medio punto y trilobuladas. 

Antigua puerta de acceso, reconvertida en balcón

La entrada original se situaba en la cara septentrional y en altura, con una puerta adovelada que se transformó posteriormente en balcón. Actualmente, la puerta de ingreso se abre en el mismo muro, en arco de medio punto y a ras del suelo. 
Imagen de la torre, con el chapitel,
 durante el primer tercio del siglo XX
(Fototeca de la Diputación de Huesca)
A comienzos del siglo XVII, a la torre se le añadió un chapitel para cobijar la maquinaria y campanas del reloj, aunque todo ello fue eliminado en una rehabilitación contemporánea, cubriéndose ahora con un tejado a cuatro aguas.

Actualidad:
Hoy en día, la Torre del Reloj de Jaca es propiedad municipal y ha sido rehabilitada  para su uso internacional por la Comunidad de los Pirineos.
Además, aunque no es una construcción propiamente miliar, forma parte de los castillos considerados Bienes de Interés Cultural de acuerdo a la disposición adicional segunda de la Ley 3/1999 del Patrimonio Cultural Aragonés, apareciendo así en el listado publicado en el Boletín Oficial de Aragón el 22 de mayo de 2006.

Para saber más sobre la Torre del Reloj y su entorno:

Bibliografía:
Buesa Conde, Domingo, La torre del Reloj de Jaca, Diputación General de Aragón, Zaragoza, 1987.
Castán, Adolfo, Torres y castillos del Alto Aragón, Publicaciones y ediciones del Alto Aragón, Huesca, 2004.
Cabañas Boyano, Aurelio, Aragón: una tierra de castillos, Prensa diaria aragonesa, Zaragoza, 1999.
Guitart Aparicio, Cristóbal, Los castillos de Aragón, Caja de Ahorros de la Inmaculada, Zaragoza, 1999.

martes, 5 de febrero de 2019

Lonja (Zaragoza). Un edificio al servicio de la ciudad.


Contexto histórico:
La construcción de esta lonja se decidió en un capítulo municipal en 1541, a petición de los mercaderes y ciudadanos y del arzobispo Hernando de Aragón, nieto de Fernando el Católico, quien buscaba evitar que los negocios se efectuaran en las iglesias.
De entre las muchas propuestas recibidas se escogió la de Juan de Sariñena, por aquel entonces maestro de la ciudad; la lonja fue su última obra, aunque no llegó a verla finalizada, puesto que murió en 1545. Además de Sariñena, intervinieron en la construcción Alonso de Leznes, también maestro de la ciudad, y Gil Morlanes hijo, quien diseñó las columnas del interior.
Para la construcción de este nuevo edificio se compraron varios inmuebles junto a las Casas del Concejo, derruidos para levantar la lonja en el solar que dejaron.
En 1550 comenzaron las actividades de la Tabla de Depósitos, que hubo de alojarse provisionalmente en las Casas del Concejo hasta 1551, cuando finalizaron las obras de la lonja.
Este edificio, así como el reglamento de su Tabla de Depósitos, se basaron en buena medida en las lonjas ya existentes en Barcelona y Valencia, puesto que los contactos entre los diferentes territorios que conformaban la Corona de Aragón eran continuos en aquella época.

                 
Construcción:
 La lonja de Zaragoza se erigió en ladrillo, con un diáfano espacio interior distribuido en tres naves de igual altura y separadas por columnas «aragonesas», caracterizadas por la inserción de un nudo o anillo en su fuste, generalmente a un tercio de su longitud.
Las bóvedas de crucería estrellada, de sección muy rebajada y con las claves de madera dorada y pintada, como las que presenta esta lonja, fueron típicas de la región en el cubrimiento de edificios de similar relevancia. En la decoración interior, destacan igualmente los escudos de la ciudad y los imperiales. 

          
La estructura de su fachada es similar a la de los palacios aragoneses de la época, pero su decoración es más compleja y rica, como muestra de la importancia de este edificio público. Destacan los óculos del cuerpo superior, en los que aparecen bustos humanos –correspondientes a los mecenas de la obra– realizados en yeso y policromados. La aplicación de policromía en la fachada no fue excepcional de la lonja, pero tampoco resultaba común en aquella época; en los otros casos conocidos, la pintura cubría por completo la fachada, mientras que aquí se limitó a destacar detalles concretos de la decoración. 


En el cuerpo inferior del edificio se abre como acceso en cada fachada un trío de amplios vanos enmarcados en rectángulos. En el exterior, estas puertas mantienen su estado original, su clavazón y su revestimiento de chapa con diversos motivos incisos. La portada del muro occidental comunicaba originariamente con las Casas del Concejo, dando acceso a la capilla municipal.
El cuerpo superior de la lonja fue empleado por el municipio como almacén de objetos defensivos que, en caso necesario, distribuía a la población. A esta «sala alta» o «sala de armas» se accedía por la escalera de caracol situada dentro de una torrecilla adosada al exterior, en la esquina occidental de la fachada que da al Ebro, por lo que, desde que esta torre fue demolida, es imposible acceder a ella.
Desde un primer momento, las ventanas de la lonja fueron cerradas con pequeñas piezas de vidrio emplomadas, material excepcional en aquel momento en toda Europa, ya que su uso no se generalizó hasta finales del siglo XVIII, empleándose, en su lugar, placas de alabastro o papel encerado. En Zaragoza, el vidrio no se fabricó hasta 1556, años después de la construcción de la Lonja.  
Este edificio constituye una muestra de la etapa más próspera del siglo XVI para el Concejo y sus empresas.

Usos del edificio:
La lonja, sede de la Tabla de Depósitos, era una prolongación de las Casas del Concejo, quien controlaba su organización y respaldaba los capitales confiados a su custodia. Además, en el edificio tenían lugar diversas celebraciones y fiestas religiosas, como la del Ángel Custodio de la Ciudad y la del Espíritu Santo.
En este inmueble, por tanto, tuvo su sede una entidad financiera –la Tabla de Depósitos– que hacía cambios con las principales plazas y admitía depósitos, e incluso llegó a socorrer al Ayuntamiento de la ciudad durante una epidemia en 1652. No obstante, fue clausurada en 1681 debido a irregularidades en su funcionamiento, destinándose entonces el edificio a corral de representaciones teatrales. Volvió a emplearse como banco por orden de Felipe V entre 1735 y 1785.
Estado actual de la lonja como sala de exposiciones municipal
 Durante el siglo XIX la lonja fue empleada como almacén. En el siglo XX, tras la demolición del antiguo edificio del Ayuntamiento, se sometió a una pequeña restauración y comenzó a destinarse a la celebración de recepciones, fiestas, conciertos, exposiciones artísticas y todo tipo de actos culturales.
A partir de entonces, el edificio fue consolidado y saneado en varias ocasiones, aunque sufrió un deterioro progresivo que hizo necesaria la intervención del arquitecto Francisco Íñiguez durante la alcaldía de Luis Gómez Laguna (1954-1966).
Desde la década de 1970 se consolidó el uso de la lonja como Sala de exposiciones, tornándose en permanente y exclusivo en la década siguiente.



Bibliografía:                                      
Fatás Cabeza, Guillermo (dir.), Guía histórico-artística de Zaragoza, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2008.
Torralba Soriano, Federico, La Casa Ayuntamiento de Zaragoza: Lonja de la ciudad, Ayuntamiento de Zaragoza, Zaragoza, 1977.